Nuestra Historia...
Hace unos 40 años atrás, cuando apenas tenía unos 10 años, estuvimos con mi familia en una hostería en Bariloche a orillas del lago Gutiérrez.
Desde entonces soñé con tener mi propia hostería, en la que mis huéspedes encontraran un lugar amoroso para albergarse y estar en contacto con todos los dones que la naturaleza nos ofrece.
Las imágenes en mi mente se alternaban entre los paisajes de Bariloche y los campos de la Pampa Húmeda.
Pasaron 20 años, cursaba el año 1994, ya casada, con un hijito y otro por llegar un día se nos ocurrió venir a pasear por Pilar, habíamos escuchado mucho acerca de lo verde y tranquilos que eran estos pagos.
Nosotros amantes de la naturaleza, andariegos, peregrinos y algo nómades partimos a conocerlos, vivíamos por ese entonces en Olivos, una zona querida de nuestras infancias y adolescencias, que se iba poniendo cada vez más céntrica.
En ese entonces mi marido, trabajaba en un banco del micro centro, se abría la sucursal Bariloche, decidimos averiguar si era posible pedir el traslado, rápidamente desestimamos la idea ya que este seria itinerante, no era ese el proyecto de vida que queríamos para nuestra familia.
Comenzamos entonces a tejer la trama para que cuando Gustavo llegara a los 40 años, pudiera abandonar el mundo corporativo, habitualmente se le escuchaba decir “quiero que el techo de mi oficina sea el cielo”.
Por septiembre de 1994 con nuestro hijo mayor de 3 añitos y el segundo de apenas 4 meses, ya éramos una familia constituida…
Nosotros con apenas treinta y pico nos encontramos con dos hermosos niñitos que dependían totalmente de nosotros, una casa, nuestras profesiones…
Comenzó a asaltarme el insomnio y una mañana muy temprano tomando mate en mi hermosa cocina de Olivos, contemplando un macetero donde habíamos armado un bosque en miniatura de robles y pinos, leyendo el libro “Usted puede sanar su vida”, encontré una frase que me resonó profundamente: “…encontrar un mejor lugar donde vivir…”
Inmediatamente vinieron a mi mente el paseo a Pilar y el club del banco en el que trabajaba mi marido que habíamos frecuentado hacia ya varios años, que también se encontraba en Pilar.
Ese mismo día hacia allá partimos con bicicletas, bebesit, heladerita y nuestros dos pequeñitos. Nos recibieron catorce hectáreas arboladas de las que nos aquerenciamos, durante los siguientes dos años pasamos allí nuestros fines de semana, acampamos, recibimos familiares, amigos, hicimos pic nics, asados, festejamos cumpleaños hasta plantamos un árbol.
Paralelamente para encontrarle una solución a mi insomnio y a la vida, por diciembre de ese mismo año había comenzado a meditar.
En marzo de 1996 cursando los estudios en antropología vincular para ser instructora de meditación y terapeuta junguiana, tuve una visión de un amplio parque muy verde que se extendía frente a mi…sin dudar salí a buscarlo.
En esa época alternábamos nuestras vacaciones entre Bariloche y sus majestuosos alrededores, ya hacia unos ocho años que mi marido cultivaba su pasión por la pesca con mosca y Pinamar el lugar de los veranos de mi vida.
Comenzamos a cuestionarnos a cada regreso porque disfrutar del contacto con la naturaleza solo en las vacaciones.
Queríamos vivir en un lugar donde se experimentaran notoriamente los cambios de estación, donde el verano nos sorprendiera con sus frutos, el otoño con los ocres y los tierras de las hojas, el invierno con las heladas y ese frio que llamara a reunirse junto al fuego y la primavera nos embelesara con sus flores y sus aromas.
Finalmente en abril de 1997, encontramos ese lugar, media hectárea rodeada de árboles, robles y pinos como los que formaron nuestro mini bosque en el macetero de la casita de Olivos, para desarrollar nuestra creatividad y nuestros sentidos.
Juntábamos moras por las calles, hacíamos dulce, los chicos jugaban con los sapos y las luciérnagas, llegó el tractor y trajo el olor del pasto recién cortado, plantamos rosas y frutales.
Un día llegó nuestra tercer hija, quisimos que naciera en casa, en nuestro vergel, al tiempo que ella avanzaba por el canal de parto para llegar al mundo, iba saliendo el sol, eran las seis treinta de la mañana de un caluroso día de enero. Con ellos nacería un nuevo e insospechado proyecto de vida para el que nos habíamos venido preparando casi sin darnos cuenta, siguiendo nuestros instintos y siguiéndonos el uno al otro.
Nueve meses después, corralito mediante, en octubre del 2002 se abrieron los retiros voluntarios en las empresas y decidimos que era el momento de dar el salto al vacío.
Mi marido renunció a su trabajo y después de 18 años de trabajo corporativo, nos encontramos el día después sentados en nuestra quinta de Pilar, el preguntándose y ahora que…?
Yo por mi parte venía haciendo mis primeras armas como consultora en desarrollo personal y una idea fuerza era el hilo conductor de mi trabajo, la coherencia, estaba convencida de que no podría acompañar a nadie si primero no lograba acompañar a mi marido a ser quien realmente había venido a ser.
Entonces me animé y le respondí con otra pregunta: “que harías aunque no te pagaran?”
Su respuesta fue taxativa: “ pescar, me gustaría que me pagaran por pescar”.
Allí comenzó una gran aventura teñida de todos los matices que se puedan imaginar.
Rápidamente se juntaron nuestros sueños, la hostería en Bariloche y la pesca con mosca.
Alquilamos nuestra casa los tres meses de verano y partimos con nuestros tres críos rumbo al sur, alquilamos una casita a orillas del Nahuel Huapi y empezamos a hacer averiguaciones colegios, terrenos, hosterías, complejos de cabañas, agencias de turismo, casas de pesca.
Fueron tres veranos consecutivos, el emprendimiento de pesca ya tenía nombre “Paraíso Patagónico” y crecía en Junín de los Andes. Paralelamente yo descubría que aquellas no eran mis tierras, definitivamente extrañaba la Pampa Húmeda, las tormentas eléctricas, el horizonte, los árboles frondosos mecerse con el viento.
Nuestra casa no se vendía y los proyectos inmobiliarios en la Patagonia no fluían.
En abril 2005 partimos a ver una hostería en Sierra de los Padres, la intuición rápidamente dijo no es aquí, entonces fuimos a visitar un complejo de cabañas en San Antonio de Areco y allí la respuesta fue contundente no había que buscar más, ya teníamos nuestro lugar, nuestra quinta de Pilar era ese el lugar!!!
En septiembre de ese mismo año decidimos invertir los recursos que nos quedaban en lo posible, una cabaña de troncos que nos permitiera albergar cinco huéspedes. que fuera el lugar donde coordinar mis grupos de trabajo interior, que hasta ese momento se realizaban en el living de nuestra casa y que las personas que venían a hacer sus retiros de silencio se pudieran quedar a dormir.
Así mientras mi marido con un carpintero levantaba nuestra primer cabaña yo hacia la maestría en Jung y recibía en meditación el nombre de nuestro nuevo emprendimiento “Las Lavandas en Pilar”.
Hoy 17 años después hemos crecido, contamos con tres cabañas, 12 camas en total, por las que pasaron más de 10.000 huéspedes, Paraíso Patagónico cumplió su vigésima temporada en los ríos del sur enseñándole a sus clientes a pescar, a amar y respetar la naturaleza.
Solo me queda agradecer a todos los que de alguna manera nos acompañaron en nuestras travesías, muy especialmente a nuestros 3 hijos que fueron y son la inspiración permanente para seguir adelante, con el firme propósito de dejarles como legado la confianza de que soñar, crear y vivir apasionadamente es posible.